Pena de muerte, desabastecimiento: Las empresas europeas que lo fabricaban prohibieron su exportación a Estados Unidos. La falta del medicamento obligó a suspender algunas ejecuciones previamente.
Por: Clara Marin
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El estado americano de Utah ha aprobado la ejecución de sus condenados a muerte utilizando el pelotón de fusilamiento, una decisión que ha levantado una gran polémica por la crueldad y el sufrimiento que este método suscita.
Las autoridades han señalado que el principal método de ejecución de los prisioneros seguirá siendo la inyección letal pero que, si faltasen los medicamentos que la forman, podrán utilizar el fusilamiento. Sin embargo, este es un escenario que tiene muchas posibilidades de hacerse realidad, ya que, previsiblemente, la inyección no estará disponible con facilidad.
El origen de todo este problema, y lo que ha llevado a esta llamativa decisión a las autoridades carcelarias, se encuentra en un fármaco: el pentotal sódico (o tiopental sódico), un medicamento que se utilizaba para dormir a los presos condenados a muerte antes de administrarles la inyección letal.
El proceso que acaba con la muerte del reo consta de tres fármacos: el primero es el tiopental sódico, que induce la sedación del preso. A continuación, se administran otros dos: el bromuro de pancuronio, que paraliza todos los músculos y corta la respiración, y finalmente, el cloruro de potasio, que acaba con el latido del corazón.
En cualquier caso, el papel del primer fármaco es crucial, y es la falta de este lo que ha provocado un importante caos en las cárceles americanas.
Ya en enero de 2011, el único fabricante de este producto en Estados Unidos, la farmacéutica Hospira, dejó de fabricar este anestésico, porque suponía un importante problema para su reputación que uno de sus productos fuera utilizado, no para curar gente, sino para matarla.
Pocos meses después, Reino Unido anunció que iba a prohibir la exportación de este fármaco a Estados Unidos. Ante las presiones de grupos de derechos humanos, la Unión Europea también incluyó esta medida en su legislación. El segundo mayor fabricante de pentobarbitúricos, la empresa danesa Lynbeck, también bloqueó sus exportaciones al país.
Esta cadena de decisiones llevó a que, desde 2011, las instituciones penitenciarias hayan tenido que vigilar mucho cómo administraban estos fármacos letales. De hecho, hubo ejecuciones que tuvieron que posponerse ante la falta de tiopental.
En 2014, la ejecución de Clayton D. Lockett en Oklahoma fue extremadamente controvertida, hasta el punto de que Obama calificó el asunto como "profundamente preocupante". En aquel momento, y ante la falta del pentotal sódico para dormir al recluso, las autoridades penitenciarias utilizaron otro sedante, el midazolam. Sin embargo, es evidente que no hizo el mismo efecto: el preso permaneció vivo 43 minutos desde que se le inyectó este primer fármaco. Durante ese tiempo, lejos de quedarse dormido, se retorció de dolor y sufrió convulsiones.
Esta falta de medicamentos efectivos para aplicar la pena de muerte ha sido la que ha llevado a Utah a añadir más polémica a un tema ya de por sí difícil. No deja de ser sarcástico que, una decisión que en su origen se tomó para evitar el sufrimiento en los últimos momentos de la vida de un ser humano, haya desembocado en otra que es, si cabe, más cruel.
Las autoridades han señalado que el principal método de ejecución de los prisioneros seguirá siendo la inyección letal pero que, si faltasen los medicamentos que la forman, podrán utilizar el fusilamiento. Sin embargo, este es un escenario que tiene muchas posibilidades de hacerse realidad, ya que, previsiblemente, la inyección no estará disponible con facilidad.
El origen de todo este problema, y lo que ha llevado a esta llamativa decisión a las autoridades carcelarias, se encuentra en un fármaco: el pentotal sódico (o tiopental sódico), un medicamento que se utilizaba para dormir a los presos condenados a muerte antes de administrarles la inyección letal.
El proceso que acaba con la muerte del reo consta de tres fármacos: el primero es el tiopental sódico, que induce la sedación del preso. A continuación, se administran otros dos: el bromuro de pancuronio, que paraliza todos los músculos y corta la respiración, y finalmente, el cloruro de potasio, que acaba con el latido del corazón.
En cualquier caso, el papel del primer fármaco es crucial, y es la falta de este lo que ha provocado un importante caos en las cárceles americanas.
Ya en enero de 2011, el único fabricante de este producto en Estados Unidos, la farmacéutica Hospira, dejó de fabricar este anestésico, porque suponía un importante problema para su reputación que uno de sus productos fuera utilizado, no para curar gente, sino para matarla.
Pocos meses después, Reino Unido anunció que iba a prohibir la exportación de este fármaco a Estados Unidos. Ante las presiones de grupos de derechos humanos, la Unión Europea también incluyó esta medida en su legislación. El segundo mayor fabricante de pentobarbitúricos, la empresa danesa Lynbeck, también bloqueó sus exportaciones al país.
Esta cadena de decisiones llevó a que, desde 2011, las instituciones penitenciarias hayan tenido que vigilar mucho cómo administraban estos fármacos letales. De hecho, hubo ejecuciones que tuvieron que posponerse ante la falta de tiopental.
En 2014, la ejecución de Clayton D. Lockett en Oklahoma fue extremadamente controvertida, hasta el punto de que Obama calificó el asunto como "profundamente preocupante". En aquel momento, y ante la falta del pentotal sódico para dormir al recluso, las autoridades penitenciarias utilizaron otro sedante, el midazolam. Sin embargo, es evidente que no hizo el mismo efecto: el preso permaneció vivo 43 minutos desde que se le inyectó este primer fármaco. Durante ese tiempo, lejos de quedarse dormido, se retorció de dolor y sufrió convulsiones.
Esta falta de medicamentos efectivos para aplicar la pena de muerte ha sido la que ha llevado a Utah a añadir más polémica a un tema ya de por sí difícil. No deja de ser sarcástico que, una decisión que en su origen se tomó para evitar el sufrimiento en los últimos momentos de la vida de un ser humano, haya desembocado en otra que es, si cabe, más cruel.
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